Eres tan dulce como la miel,
tan oportuno como el café con leche en la mañana,
un rayo de luz para el que te conoce.
Eres todos los versos de amor del mundo
eres como la biblia para un cristiano,
como la tormenta a la sequía.
Eres todo lo que quiero darte,
y qué puedo darte yo, sino un pedazo de la
alegría que me inunda con tan solo verte.
Qué puedo darte yo sino es mi tiempo,
dicen que lo más valioso es el tiempo,
pues yo te regalo mis horas.
Haz con mi tiempo lo que quieras
déjame esperando eternamente un te quiero
o deseando ir al altar si lo prefieres,
yo estaré esperando como la luna a la marea,
como el perro a su dueño.
Siento que te conozco desde antes,
desde muchos años antes
antes de muchos líos,
antes de muchos sueños e incontables mundos.
Eso es lo que me obliga a quedarme, a contemplarte
y a esperarte como el otoño a la primavera.
Te esperaré, como un santo espera la salvación del mundo
como te espero cada vez que te veo, y luego estás ausente.
Yo esperaré tu esencia todos los días
y si no volvieras, (porque probablemente es imposible)
me conformo con besar tu rostro,
besar tus ojos, imprimir tu alma
y bajarte estrellas cuando la noche llegue,
y en otra vida más justa que ésta, menos surreal y soberbia;
beberte como se bebe después de estar sediento un siglo entero.